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Por A.C | Ilustración Daniel M. Vega

Había bebido una litrona en casa. Lo hago a menudo. Me bajo al chino de la esquina, ya me conocen de sobra, y me la subo para ventilármela mientras chateo. Me ayuda a ponerme a tono, más de una vez he ido pedete a follar con alguien.  Aunque a veces acabo bajando a por otra y eso significa que ya paso de ir a casa de nadie. Pero no ayer. A eso de las 12 me vestí para salir y me fui al Rick’s. Era un martes,qué más daba. Cualquier cosa me valdría.

Estos días ando pensando todo el rato en Marta. Necesitaba algo desprovisto de palabras, de emoción, de realidad incluso. Y allí estaba yo, bebido, apostado contra la columna frente a la puerta seguro de que podría tener con una sola mirada lo que quisiera en ese antro. Y así era inevitablemente con todo el que entraba, pero de inmediato me olvidaba de los rostros apenas observado y volvía a mi ensoñación deshilvanada, rota en fragmentos con peste a cerveza y dolor. Me fui al baño, llevé el botellín conmigo y lo apoyé sobre el urinario. Me había puesto al lado de un señor bastante mayor, grueso. No dudó en buscar ávidamente con los ojos lo que deseaba encontrar, y yo no hice el menor esfuerzo en ocultárselo. Antes de que acabara entró otro tío de unos cuarenta que se me puso al otro lado, con lo que de repente tenía dos espectadores de mi erección. Me metí a una cabina sin cerrarme la bragueta, con la polla en la mano. El que acababa de entrar me siguió también con la polla afuera, cerró la puerta tras de sí y se arrodilló a comérmela mientas se pajeaba. Se corrió antes, yo me aburrí enseguida y le dije que se fuera. Cuando salí de la cabina no había nadie, y tras lavarme la cara para despejarme un poco, volví a la pista con intención de pedirme otra cerveza.

No le había visto, pero tan pronto como me acerqué a la barra, tuve a mi lado al señor mayor del baño. Me dijo que me invitaba y yo no puse objeción. La verdad es que se me volvió a poner dura en cuanto me acarició el brazo, el hombro. Me dijo su nombre: Emilio. Me preguntó el mío. Le mentí, le mentí en todo. Le conté que tenía novio, que trabajaba en un taller, que era la primera vez que salía así entre semana. Él sin embargo parecía decir la verdad: era frutero en Ciudad Lineal, tenía 62 años, divorciado desde hacía 12. Tenía esa forma de adular sin caer en el ridículo. Lo lograba siendo muy consciente de su posición y de la mía, no siendo todo lo vulgar que habría podido ser en ese contexto, mostrando esa educación de tiempos pasados que a mí particularmente nunca deja de agradarme. Se lanzó, me dijo que me fuera a dormir con él. No sé qué más tenía en mente, era obvio que cualquier forma de sexo en mi estado habría sido más una violación que otra cosa. Yo tonteé mucho, dejé que me besara apartando mi boca, que me invitara a un tercio más, que se excitara con mi relato de lo ocurrido en la cabina del baño. A su lado me sentí deseado, joven, con una vida por recorrer pese a mi bagaje. Entonces supe que tenía que dejar marchar a Marta, fue una de esas certezas etílicas, absolutas, que nunca vuelven a sentirse con esa nitidez. Le mandé un whatsapp: “Solo amigos”. Todavía no me ha respondido. Por mí que no responda ya, que me llame un día para quedar, que todo vuelva a ser como antes.

¿Emilio? Aproveché una visita suya al baño para largarme. Era mi última oportunidad para no amanecer al lado de un sexagenario que quiere vivir de golpe lo que la vida le negó. De camino a casa me encontré con un tío con el que follé hará un par de meses, creo que él me reconoció a mí, aunque tampoco me acuerdo muy bien. Solo sé que de repente estaba apoyado contra un coche con este tío morreándome y metiéndome mano. La siguiente imagen que tengo es estar vomitando en mi váter. Me tomé un par de ibuprofenos con leche, me desnudé y me tiré a la cama. Me habría gustado dormirme abrazado a Alberto, lo deseé. Casi le mando un whatsapp para decírselo. Mejor así, supongo.

Hoy por la mañana me he masturbado pensando en Emilio. Cómo hundía su boca en mi cuello, cómo me agarraba de la cintura saboreando lo que no iba a ser suyo, cómo habría sido tenerle encima totalmente borracho.

Estoy cayendo. Caer es intenso.

} continuará

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