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Por Diego E. Barros

Partido de fútbol en Kabul | AP

Mi hermano es un madridista atormentado que estos días va desde la vergüenza a la indignación a cuenta del fichaje de Bale. Inmoral, indignante y todos los demás calificativos semejantes surgen de su boca cada vez que alguien habla de la llegada del galés al equipo blanco, previo pago de una cantidad estratosférica que rodaría los 100 millones. Puede ser. Lo será sobre todo, si una vez vestido de blanco, al galés se le pone cara de Kaká nada más pisar el verde. Que el fútbol profesional carece de pudor está fuera de toda duda. Pero lamentarse por ello es una pérdida de tiempo.

Todo se reduce a una cuestión de poder. Ya fuera en Yalta ante Winston Churchill en 1945, o ante el ministro francés Pierre Laval en 1935 (hay dos versiones) nadie lo explicó mejor que uno de los poderosos más cínicos de la historia. Interpelado sobre la necesidad de sentar al Vaticano a la mesa del reparto de la Europa de posguerra (primera) o para que rebajara la presión sobre los católicos rusos (segunda), el dictador soviético espetó: «¿Y ese Papa, cuántas divisiones tiene?»

Uno de los tópicos recurrentes es aquel que habla del fútbol como la prolongación de la guerra por medios pacíficos. Lo que es seguro es que tanto en la guerra como en el fútbol, salvo milagros con los que seguir amamantando nuestro romanticismo, suele ganar el que más armas tiene. Y donde pone armas, pueden poner dinero.

Mientras Bale llega a Madrid, nos rasgamos las vestiduras por lo que está sucediendo en Siria. Para ser más precisos, el berrinche es por si finalmente EEUU se decide a tirar unas cuantas bombas sobre las posiciones del régimen de Bachar el Asad. Una intervención de castigo, no humanitaria, para equilibrar las fuerzas en un conflicto que parece bien decantado para los intereses del dictador. Por la sencilla razón de que, hasta el momento, puede. Y ahí han surgido rápidos y veloces los reparos de la izquierda biempensante a la hora de enarbolar el discurso harto conocido. Tanto, que hasta empiezo a pensar en Rusia y China como garantes de la paz y los derechos humanos en el mundo, sosteniendo sin reparo al dictador como muchas otras potencias regionales de la zona.

Yo no tengo idea de lo que ocurre en Siria, ya están los foros llenos de expertos en geopolítica internacional. No sé si habrá o no intervención. El principal problema es demostrar la autoría del desencadenante, el supuesto ataque químico sobre una población civil que ya sufre dos años de guerra indiscriminada, y esto es redundante. Tirar unas bombas desde lejos para que no nos salpique la sangre no es solución, sino más bien un toque de atención. De momento, Gran Bretaña se ha bajado del carro en una nueva muestra de su garantismo parlamentario. Cuando España sea mayor estaría bien tener un sistema en el que sus diputados puedan votar contra de su Gobierno. Debe ser la leche.

Lo que comenzó en Siria como un efecto secundario de aquello que se llamó primavera árabe ha acabado en profundo invierno. No es el único caso. Suele pasar con las revoluciones, al principio son hermosas pero al poco ya nadie sabe muy bien qué hacer con ellas. Sobre todo cuando a la gente le da por votar lo que no nos gusta. Ya los franceses sentaron cátedra: comenzaron en 1789 cortándole la cabeza a un rey y acabaron, quince años después, colocando un emperador en la vacante.

Y he ahí la gran paradoja de un occidente para quien mejor representa sus intereses es Bachar el Asad quien, a la vez que masacra a su pueblo, hace lo propio con los potenciales terroristas que amenazan al nuestro. Pero es llamativo que los mismos que reclamaban algo hace meses hayan acudido rápidos a acusar a EEUU de todos los males y hasta de «tener intereses». Supongo que a diferencia de rusos y chinos. Mientras agitamos los fantasmas de Irak enarbolamos términos rimbombantes como «legalidad internacional» o «consenso». En un giro estrambótico pedimos aplicarlos donde cinco países son omnipotentes sobre los ciento ochenta y ocho restantes lo que viene a confirmar lo que todos sospechan pero nadie quiere decir: Naciones Unidas no es más que una especie de ONG con pretensiones.

He dicho que no sé cuál es la alternativa, pero estoy seguro que ninguna es inocente. Soy consciente de mi cinismo que en el caso sirio, se asemeja al que tengo frente al fichaje de Bale. Personalmente lo que haga una institución deportiva privada (realmente y hablo de memoria, Real Madrid, FC. Barcelona y Athletic, son los únicos que todavía pertenecen a sus socios, pero en la práctica da igual) no debe importarme más que lo que a sus accionistas; y estos sólo quieren ganar. Seguir con romanticismos a estas alturas es una boutade semejante a la de hablar de intervenciones humanitarias en lugar de guerras. Queda bien para adornar un discurso que sigue siendo tan vacío como un tocado de plumas en Ascot. Por eso no deja de ser asombrosa la suficiencia con la que el portavoz Tata y la izquierda biempensante llenan su boca de moral. Con lo que tienen en casa.

Y ahora, si quieren, pueden comenzar a pegarme.

 @diegoebarros

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