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Por Minalli García 

El equipo de los Triquis, un ejemplo para todo México

Los pies desnudos y pequeños se deslizan suavemente, están ligeros, el contacto con la duela  los hace certeros y veloces, se divierten con el balón, aceleran, retroceden, se paran. Se escucha un grito -¡Inténtalo!-, y lo intenta desde la línea de los tres puntos, el público ve con júbilo como el balón atraviesa el aro. Vítores, aplausos y un fuerte estruendo ¡México, México, México!

Hay guerra de porras, dos asientos a la derecha están los de Paris, no traen banderas pero si cornetas y muchas ganas de hacer ruido. Hay banderas mexicanas, parece que un mexicano nunca sale de casa sin una de ellas, abundan las camisetas con sello azteca, no se escuchan matracas, parece inaudito, pero seguro que hay una por ahí, pero no se alcanza a escuchar por el bullicio.

Los triquis, los niños de la comunidad indígena están concentrados, van invictos en la Barcelona Basketball Cup, la semifinal la ganaron contra Montpellier con una ventaja de más de treinta puntos. Los triquis se ven pequeños –de estatura- comparada con los niños franceses de doce años, pero parece ser que eso preocupa  más al público que a los jugadores.

Los  triquis emocionan, a cada pase una porra, un silencio y otra porra. Hay quien se levanta de su asiento, hay quien empieza la canción de Cielito lindo, quien mueve la bandera más del lado mexicano con la creencia de que la porra parisina puede echar la maldición, hay quien empieza una ola y todos lo siguen y hay quien se queda tan callado que solo mira y sufre por dentro cuando el marcador señala ventaja parisiense.

Los seguidores franceses no se quedan atrás, hay dos niñas que no se cansan de gritar, es la final y hay que gritar más que ayer. En sus rostros se dibujan sorpresa por la desnudez de los pies de alguno de los niños, ellas no lo saben, pero los pequeños jugadores han vivido desde siempre descalzos, han caminado y subido montañas dentro de la comunidad triqui de Oaxaca, al sureste de México,  de ahí su apodo “Campeones descalzos de la montaña”. Hubo un  tiempo en que no había dinero para comprar comida y mucho menos para unos tenis, ahora reciben cierto apoyo, -falta mucho por hacer, no es suficiente con que los haya recibido Peña Nieto, presidente de México, falta apoyo financiero- debido a sus logros y es posible comprarles tenis, hay algunos que aún así prefieren jugar descalzos porque dicen que así se sienten más cómodos y ligeros.

Un mal pase por el bando mexicano es aprovechado por el equipo contrario. El entrenador Sergio Zúñiga, no parece contento, da una indicación y sigue mirando. Él, un exjugador de basketbol ha sido el impulsor del programa que fue concebido en 2003, ha logrado que los niños indígenas regresen a la escuela a través del basquetbol, el deporte que más se practica en la comunidad triqui, uno de los lugares más pobres de México.  Los niños tienen la oportunidad estudiar  y practicar deporte. Antes del programa  los niños tradicionalmente emigraban a la edad de quince años a los  Estados Unidos y las niñas  a los trece años se casaban.

Esta selección triqui es mixta, Deysi Martínez participa en el torneo. En el 2013 fue noticia cuando la selección triqui viajó al Torneo Internacional YBOA (Youth Basketball of America) en Orlando, Florida, Deysi se convirtió en la primera mujer triqui que salía de la comunidad.  También fueron noticia cuando en ese mismo año fueron campeones de un torneo de minibasket en Argentina o cuando en diciembre visitaron al equipo de los Ángeles Lakers y cuando en marzo del 2014  el equipo de los Spurs de  la NBA los invitó a ir a San Antonio para jugar.

Los triquis mantienen ventaja, son pocos puntos pero a los asistentes mexicanos les tranquiliza. El árbitro marca violación por caminar sin botar el balón a un jugador  galo, el niño se enoja, lo expresa bastante bien, bota tan duro el balón que rebota varias veces. Hay abucheos, incluso hay alguno que sugiere la expulsión, pero el árbitro no hace nada, y el niño de ojos azules está a punto de llorar. Los triquis se mantienen tranquilos, siguen su juego.

Para el último cuarto, el entrenador francés golpea duro, cambia de jugadores, pone a los más altos, el entrenador mexicano, mueve alguna pieza, pero no pone al jugador más alto de la selección. El área de la canasta es una muralla, ningún niño triqui se atreve a entrar, hay demasiado juego de fuera y cuando se atreven a tirar, el rebote casi siempre cae del lado francés. La diferencia es de 10 puntos, quedan pocos minutos. Hay quien se quiere adelantar a los malos presagios y grita ¡Sí se puede!,  de inmediato toda la porra mexicana se une al cántico suplicante, el himno de buenas intenciones  sugiere que es imposible ganar, lo cual hace más dramático el encuentro.

El balón parece no querer entrar en campo francés, hasta que alguien pone fin a la racha y da unos buenos puntos a los de Oaxaca. Ahora sí parece que todo puede cambiar. Los aficionados conscientes del marcador lanzan toda la artillería de aleluyas, afuera de la cancha se libra otra batalla y es a cuál de las porras se le oye más.

El tiempo no alcanza, el marcador final 61 -56, pero eso no quita las  porras para animar, ondear la bandera mexicana cuando los triquis reciben el premio de Fair Play por el comportamiento mostrado en la cancha, la espera para cantarles a sus pequeños héroes que se van a París y a Londres a seguir demostrando que cuando hay ganas se puede ser un “Campeón descalzo de las montañas”

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