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Se representó el 8 y 9 de diciembre en el Teatro La Fundición (Sevilla), Anatomía del Sentimiento, de la mano de Cía. Lucía Marote. Un trabajo que nos llegó a través de la Red de Teatro Alternativos , que desde mitad de los años ochenta se ha estado convirtiendo en una amplia red que congrega a 49 salas de 15 Comunidades Autónomas de la geografía española.

Lucía Marote y Poliana Lima dedicaron una parte importante de la pieza, a interpretar lo que podría parecer un ejercicio de improvisación de dúos, que por lo general, sería más propio a quede reservado a un proceso de investigación entre dos intérpretes que están buscando fórmulas para enlazar pasos que les resultan de interés, o simplemente que la una y la otra estén focalizadas a familiarizarse con el cuerpo de su compañera. Lo que me conduce a aproximarles a uno de los principios más característicos de las artes contemporáneas. Esto es: situar algo que está más asociado a un contexto determinado (sea por convención o por un motivo más que justificado), que al interior de una obra en el que éste cobra otro significado al estar introducido en un marco, donde todo queda abstraído de su lugar “original” (por así decirlo).

Foto: Luís Camacho

Foto: Luís Camacho

 

Ahora bien, ello invita a abrir un debate imprescindible, siendo que representar algo que es más fácil de encajar en medio de una serie de dinámicas de investigación corporal, a una pieza como si no hubiese filtro alguno, incluso hasta alcanzar tales extremos, en los que el haberse oído algunos golpes  emitidos de una poco recomendable recepción de los cuerpos de las intérpretes con el suelo. Nos conduzca, a nosotros los espectadores, a pensar si muchos de esos golpes provienen de varios descuidos o bien es algo con lo que ellas habían decidido convivir, para que lo que pretendían exponer se percibiese de la manera más diáfana. Seamos justos con Lucía Marote y Poliana Lima, la trayectoria de estas dos intérpretes latinoamericanas afincadas en Madrid (una costarricense y la otra brasileña, respectivamente), las avala de sobra para saber que lo que han hecho en esa parte de la pieza no puede ser producto sólo de los nervios o un descuido puntual, sino que en fondo debe de haber algo.

¿Y si esos “descuidos” fueron más notables en un pase más que en otro, pero no tiene porqué implicar una falta de consciencia, en lo que han estado haciendo en el escenario Lucía Marote y Poliana Lima?  A esta y a más preguntas, no tengo una respuesta lo suficientemente elaborada, pero me niego a calificar como poco profesional a algo que quizás algunas personas involucrada con las artes escénicas contemporáneas, lo hubiese tomado como tal, siendo que harían esto y lu otro de una manera distinta.

Es más, llegando casi al final del solo del inicio de Lucía Marote, se veía cómo poco a poco la calidad del movimiento de la misma, se iba degenerando hasta llegar a estar haciendo movimientos que quedaban indefinidos y hechos de “cualquier modo”. Ella ya nos demostró en los primeros minutos de la representación que es una bailarina con una consciencia corporal exquisita. Entonces ¿Será posible que esa forma “descuidada” de hacer las cosas, es importante que esté presente para comprender la dramaturgia de Anatomía del Sentimiento? ¿Será posible que esta pieza aborda, entre otras cosas, cómo es el proceso de como se conocen dos seres humanos que están dispuestos a mostrarse desde lo más profundo de su intimidad, aunque ello implique pasar por estados de absoluta vulnerabilidad?

Foto: Luís Camacho

Foto: Luís Camacho

 

El que Lucía Marote y Poliana Lima se hayan inclinado por hacer la mayor parte de la pieza completamente desnudas, se corresponde a que  estas dos profesionales deseaban escenificarnos cómo ese proceso de ir conociéndose la una a la otra, nos conduce a imágenes de extraordinaria belleza. Si, una belleza que no le debe nada a cánones preestablecidos por nuestros imaginarios colectivos, algo que transciende con la suficiente fuerza, para que esos dos hermosos cuerpos no haya margen a ser sexualizados (salvo que se pretenda, desde los ojos de algún que otro espectador de la sala). O qué decir de que el estuviesen desnudas, favoreció a que se vayan configurando una suerte de “esculturas fugaces”, dotadas de una plasticidad y vitalidad que habría que acudir a maestros de la escultura del Cinquecento italiano, para disfrutarlas en su máxima expresión ¡Aquí si está justificado el desnudo en una pieza de artes escénicas contemporáneas!

Lo anterior, fue trasladado a otro estadio con la constitución de una figura ensamblada con los dos cuerpos de estas dos intérpretes que se nos exhibió con un cambió de luces, como para avisarnos de que se acercaba el inicio de otro ciclo de la pieza. Allí todo se sublimó, se llegó a unos grados de síntesis en los que todo lo que se hizo de un modo u otro, quedaba superado para dejarnos en unos puntos suspensivos que nos demostraban que este viaje que han estado recorriendo Lucía Marote y Poliana Lima, ha tendido hacia el infinito ¡Brutal!

Quizás algunos se pregunten qué diría de ese inolvidable momento en que Lucía Marote se retorcía en escena mientras emitía repetidas veces esos desafinados gritos. Lo veo como una alegoría de cómo un profesional de lo corporal, ha de asumir riesgos para ir más allá de que ya ha integrado por haber ejercido durante años. Asimismo, fue una imagen arrebatadora que ejemplifica como a lo largo de la pieza Lucía Marote y Poliana Lima, se estuvieron acompañando y cuidando, aunque en ocasiones la compañía de la una y la otra no sean de lo más ideales. Cierto que Poliana Lima en ese momento estuvo dando vueltas en círculos, pero ello no la mantuvo ajena a lo que estaba sucediendo; más bien lo leí, como que ambas han estado respetando los procesos corporales y personales por los que han transitado, a la vez que  ha estado desarrollando Anatomía del Sentimiento.

 

 

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