En el escenario principal Mumford & Sons son un valor seguro para la segunda jornada porque sus conciertos, escrupulosamente medidos, funcionan a las mil maravillas en sonido y puesta en escena. Por otro lado, su música demasiado tranquila no es un aliciente, salvo que te agrade la banda o decidas tener unos instantes de sosiego entre tanta agitación generada durante el festival. Aquí NOS Alive hace una apuesta fuerte, sabedores de su valía como músicos y punto de inflexión para ver después a The Prodigy, su némesis musical.
Mientras eso ocurre Future Islands despliegan una bomba de energía: su cantante Samuel Herring convulsiona, cae desplomado sobre el suelo, se autoagrede, canibaliza su mano hasta la muñeca, repasa la geografía de su cuerpo con lascivia, dando forma a canciones repletas de fuerza, poderío y garra.
Las gotas de sudor emanan por toda su figura, fruto de la rabia e inconformismo y el público lo acompaña bailando entusiasmado, contemplando la firmeza con que pisa el escenario. Los de Baltimore tienen en Samuel Herring, con su camisa roja empapada, una avanzadilla de embestida, tras él la segunda línea de guitarras y teclados penetrantes y al fondo como contrapunto, un batería que golpea los parches estirando hacia arriba su brazo, dejándolo caer con toda su fuerza y cabeceando al compás.
Cada canción es un contacto directo con el público, mira de cerca, cara a cara, a los ojos, letra y música salen del corazón para llegar al fondo del alma de cada espectador.
Me ofreces todas las compensaciones con la esperanza de salvarme,
tu nunca imaginaste que podría ser fuerte sin ti.
Me brindas una rama de la paz ensangrentada.
Las espinas que me acogieron, ahora dicen la verdad.
The Prodigy parieron el bigbeat con dos referencias de cabecera: Music For The Jilted Generation -1994- y The Fat Of The Land -1997-, escribiendo una página dorada en la historia de la música al aplicar esta fórmula magistral. Aderezados con un despliegue lumínico portentoso, estrobos al máximo y contraluces potentísimos, aparecen silueteados Keith Flint y Maxim Reality. Los dos vocalistas no paran de saltar de punta a punta del escenario, al ritmo marcado por los teclados de Liam Howlett, la guitarra de Rob Holliday (Curve, The Mission, Marilyn Manson) arropados por una batería atronadora.
The Prodigy instalan como escenografía siete enormes octógonos alineados a dos aguas, simulando la emisión a plena potencia de las canciones que siempre reconoceremos y sonarán en nuestras mentes. Como contrariedad los visuales con mucho grano y poca definición, dificultando a la gente más alejada observar la rave dispuesta, y el empeño en empezar con un bombazo “Breathe” para inmediatamente bajar el pistón con temas de álbumes más recientes The Day Is My Enemy -2015-, Invaders Must Die -2009-, Always Outnumbered, Never Outgunned -2004-, intentando remontarlo periódicamente acudiendo a sus eternos “Voodoo People”, “Smack My Bitch Up”, “Their Law” consiguiendo un irregular efecto de montaña rusa.
Róisín Murphy plantea su bolo como una performance, cambiando de vestuario al unísono va cantando con su delicada, intensa y profunda voz. En su caracterización exhibe todo tipo de personajes: señora mayor con gabardina, traje negro de fiesta con lentejuelas, sombrero cordobés, impermeable amarillo, pelucas, boas, gorros …
La puesta en escena es un aliciente para disfrutar de su fascinante torrente vocal, por encima de cualquier parafernalia, presentando su reciente Hairless Toys -2015-, incluyendo un par de guiños a su etapa en Moloko.
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