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Por María Morgade

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La segunda película de los directores de Pequeña Miss Sunshine, tras seis años de parón, es algo así como una fantasía acerca del poder absorbente del proceso creativo, y sobre los límites de ficción y realidad. Con un guión elaborado por la coprotagonista del filme, Zoe Kazan, Ruby Sparks es una mezcla de El Ladrón de Orquídeas y Olvídate de mí, que, tras su apariencia de comedia romántica, esconde un interesante análisis de los personajes femeninos en el cine actual.

Paul Dano da vida a un joven escritor, Calvin, que tras alcanzar el éxito con su primera novela, y con tan solo diecinueve años, se encuentra en pleno bloqueo creativo, bajo la presión de elaborar un segundo trabajo que esté a la altura de la etiqueta de genio que todos le atribuyen (y que él no soporta). Tras una visita al psiquiatra, Calvin recupera la inspiración con uno de los ejercicios que le encomienda este, y que le lleva a soñar con una chica pelirroja (una Manic Pixie Dream Girl al estilo de Zooey Deschanel en 500 Días Juntos), sobre la que inmediatamente se pone a escribir. La sorpresa llega cuando el producto al que su imaginación ha dado vida, Ruby Sparks, se materializa en su cocina.

Después de confirmar que la chica es real, y que no se está volviendo loco, Calvin se da cuenta de que cualquier cosa que escribe sobre ella se convierte en cierta, y de ahí deriva otro de los temas de la película: el peligro de idealizar a la pareja, de tratar de convertirla en algo que no es, y someterla a nuestras expectativas. Calvin es un escritor narcisista que se siente amenazado por sus éxitos pasados, y todas sus carencias e inseguridades las traslada a Ruby, que, como le dice su hermano en un momento determinado, “no es una persona real, sino un personaje”. Calvin diseña a la joven de acuerdo con su personalidad, al igual que en muchos filmes podemos ver a personajes femeninos estereotípicos que simplemente están ahí para provocar una reacción o un cambio en el protagonista masculino.

Dano y Kazan hacen que nos creamos a sus respectivos personajes, y el resto del reparto, compuesto por Annette Bening, Antonio Banderas, Chris Messina, Deborah Ann Woll, y Alia Shawkat, hace un trabajo más que correcto.

La cinta entretiene en todo momento, y Kazan triunfa, sobre todo, a la hora de mostrar lo mucho que puede consumir y desestabilizar a alguien el tener que satisfacer continuamente las necesidades emocionales de otra persona. Calvin decide no volver a escribir a Ruby, pero rompe su palabra en cuanto esta empieza a distanciarse, tratando de desarrollarse como persona y alejarse del estereotipo que él ha creado.

El final deja abiertas varias posibilidades, pero quizás hubiera sido mejor haber omitido una última escena demasiado complaciente y comercial, aunque el hacerlo endureciera el conjunto. Al fin y al cabo, los finales felices pertenecen a la ficción, no a la realidad.

 @Mariamc89

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