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Por Diego E. Barros

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La mejor fotografía del estado actual del periodismo la recordaba hoy, Día Mundial de la Libertad de Prensa, @sihomesi en las páginas de la edición gallega de El País. El decano de los plumillas gallegos traía a colación la tarjeta de presentación de Kirk Douglas a la hora de pedir trabajo en El Gran Carnaval: «Soy un periodista de 250 dólares a la semana. Se me puede contratar por 50. Conozco los periódicos por delante y por detrás, de arriba abajo. Sé escribirlos, publicarlos, imprimirlos, empaquetarlos y venderlos. Puedo encargarme de las grandes noticias y de las pequeñas. Y si no hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro. Dejémoslo en 45». Si usted está leyendo esto es un afortunado. Un afortunado y también un jetas, porque lo está haciendo gratis. No se altere, en el fondo todos somos unos jetas que nos aprovechamos y después sufrimos las consecuencias de haber contravenido la que debería ser la primera regla de la profesión: el periodismo además de costar dinero es un negocio bastante caro. Sin ir más lejos, yo no he cobrado nada porque nada me pueden pagar. De esta manera, los muchos cadáveres que nos hemos quedado en el camino somos también unos jetas pues contribuimos con nuestro trabajo por amor a al arte a consolidar una espiral que no parece tener fin ni en los 45 dólares semanales que acababa por aceptar el inolvidable Chuck Tatum. El periodismo es una droga muy potente de la que conviene salirse cuanto antes o, por lo menos, morir en el intento. Y en esas estamos, como muertos vivientes caminos hacia una lenta extinción. Seamos claros. No sé en qué momento se jodió el periodismo, lo que sé es que todos, los cadáveres también, hemos puesto nuestro granito de arena para esta gran masacre. Yo no cobro, porque por esta profesión además de puta soy capaz hasta de poner la cama. Y usted, lector, aprovechándose de un modelo industrial agonizante sin más perspectiva que los discursos de los gurús de distintos medios en esos simposios automasturbatorios. Mientras pontifican sobre futuro de la profesión firman listas de despidos por aquello de cuadrar cuentas.

Es cierto que la crisis de la publicidad ha golpeado a la prensa y a los demás medios. Y el golpe ha sido tremendo. Pero también es cierta la existencia de una burbuja mediática de la que ningún gurú habla y que es responsable en buena medida de la situación. No recuerdo el día en que los periódicos ―principales víctimas de esta carnicería―, decidieron dejar de ser periódicos para convertirse en grupos multimedia. Eso, en la práctica, significó más con menos. Televisiones, radios, productoras y, por supuesto, Internet. Y todo por el mismo precio: cero. Hubo un espabilado que se subió al carro y se puso de moda aquello del periodista-todo-terreno, lo que hoy se ha traducido en menos periodistas y peor pagados. Lo mismo para un roto que para un descosido. Supongo que estaba allí, al igual que cuando los periódicos, la gran mayoría ―salvo los cuatro o cinco grandes, el resto son enanos, muchos de ellos hoy desaparecidos porque tampoco quisieron desaprovechar jugar en las ligas de grupos multimedia―, dejaron de serlo para convertirse en fábricas de papel para envolver chorizos, cuando no en fábricas de chorizos al gusto. Mismamente. Poco se sabe de lo que deparará el futuro a una profesión maltratada como ninguna y cuyo gremio abandonó, si en algún momento lo tuvo, el sentimiento de grupo. Los periodistas hemos sido durante mucho tiempo ―nos hemos creído― especiales. Quizá tenga que ver con la mitología cinematográfica y un poco también con eso que se llama la erótica del poder. No detentamos poder ―al menos no los plumillas, los que de verdad trabajan y mantienen vivas las cabeceras que quedan―, pero sí que estábamos cerca de los llamados poderosos. Últimamente tan cerca que viendo algunas portadas, escuchando a muchos tertulianos y leyendo a algunos columnistas, se confirma que a medida que los periodistas han ido copando las cunetas han sido sustituidos por voceros de sus respectivos amos. La máxima del oficio siempre fue la competencia. El llegar antes, contarlo antes y mejor que nadie. Más que compañeros todos somos rivales. Ahora, cuando el miedo se ha instalado en las redacciones, lo más triste son las miradas silenciosas ante el desfile de cadáveres. Cuando me despidieron, lo que más me jodió fueron esas miradas. Me han despedido, no tengo la lepra, le dije a alguien. Me fui pensando arrieros somos y al cabo de unos meses nos encontramos por el camino.

periodismo-crisis-opinion-revista-achtungEl debate tan corporativista sobre el futuro de la profesión es falso por cuanto los que debaten son los máximos responsables de la lamentable situación. No ayuda el modelo comercial pero tampoco los dirigentes de unas empresas más preocupados por las cuentas de resultados que por la sagrada labor que una sociedad olvidada les había encomendado una vez. Mucho hablar de Internet y poco, por ejemplo, del desequilibrio y el intrusismo. En los periódicos escriben cada vez menos periodistas y más expertos que no hacen más que contribuir al discurso que el supuesto lector quiere leer. Dicen que por el complejo de no ser universitarios, en España, se instauró una carrera llamada Periodismo. Pocos países la tienen y el modelo imperante ―Francia, EEUU, Gran Bretaña―, sigue siendo el que dicta que uno debe licenciarse en algo con enjundia ―letras, derecho, economía…―, para luego completar su formación académica y aprender cómo transmitir esos conceptos en los medios de comunicación. En España no ha sido así. Tenemos careras y cientos de licenciados que salen a la calle cada año. Y allí los espera el silencio. Los medios, los grandes, en busca de financiación con la que alimentar unos estómagos multimedia insaciables no han dudado en crear sus propios impuestos revolucionarios vía máster profesionales a los que se ingresa previo pago de cantidades de cuatro y hasta cinco cifras. Hemos permitido que algunos medios cobren a cambio de la posibilidad de un futuro trabajo, en lugar de pagar por formar (de forma temporal) profesionalmente a unos periodistas que ya cuentan con un título expedido por una universidad. Y nadie ha dicho nada, los periodistas los primeros. Los mismos que se quejan de la relación de los políticos con los medios son los que envían a sus plumillas raudos y veloces a unas ruedas de prensa sin preguntas en las que un busto parlante hace las veces de gabinete y nota de prensa vía mail para soltar un discurso que, al día siguiente, será reproducido sin ambages en las portadas que confeccionan. Nos lamentamos pero volvemos a los vomitorios, comparecencia tras comparecencia. Y apareció Internet. Un medio que ha sido la verdadera revolución para la profesión, en el mejor sentido y también en el peor. No hace falta mover el culo de la silla y, a veces, ni tan siquiera levantar el teléfono. El mundo al golpe de clic. Pero no todos saben utilizar el clic como es debido. Sin embargo, Internet es todavía para las empresas un territorio por explorar y en el que nadie se atreve a ser el primero en dibujarle límites. El primer error es tratar de competir. El papel tiene la guerra perdida de antemano. Pero tiene la ventaja de ir más allá de una inmediatez que se le escapa y hasta eso está desaprovechando. Y debe decidirse a cobrar. Mientras no se cobre, no habrá quien pague.

Es cierto que vivimos en la época de la información pero también de la desinformación. Cuesta mucho trabajo separar el grano de la paja y los nuevos modelos parecen insistir en los mismo. Aprovecharse de la paja gratis para que el lector, con suerte, encuentre el grano. Corremos el riesgo de tener un panorama mediático de dos velocidades: los supervivientes, cada vez más instalados en su papel empresarial e institucional, voces del sistema establecido; y el resto, el universo digital de blogs y nuevos portales, muy desiguales y que dependen de la voluntad y del amor propio y ajeno de sus contribuidores, habida cuenta de que el dinero aún brilla por su ausencia. Estos nunca desfallecerán. Cuentan con una ventaja: los periodistas, como los viejos roqueros, nunca mueren. Aunque pasemos hambre.

@diegoebarros

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