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Cartas desde Marruecos

Por Carlota Miranda Largo 

Marrakech es lo más sobrevalorado de Marruecos, sin lugar a dudas. Creo que no conozco a nadie que haya viajado de turista al país vecino y no haya visitado esta ciudad. Es, seguramente, la ciudad marroquí que más vive del turismo, con diferencia. Uno de los destinos por excelencia a nivel mundial. Pero no por ello es lo mejor que puedes encontrar en el moro. Ni muchísimo menos.

Marrakech es mentira; es una ciudad prepotente, irrespetuosa, agresiva, caótica, maleducada, intolerante y poco acogedora. Una ciudad que te trata como si le debieras algo. Y en aquellas zonas en las que hay extranjeros de visita mucho más. Una trampa para turistas que se ha llenado de gentuza. La gente viaja a esta ciudad con grandes expectativas y son demasiados los que se vuelven a casa sin haber visitado nada más, llevándose una imagen errónea de un país que poco tiene que ver con la ciudad roja. De hecho, para mí sólo tienen una cosa en común, son lugares que o te encantan o los odias, pero nunca te dejarán indiferente.

Desde hace algún tiempo evito siempre que puedo las ciudades turísticas, las ciudades plagadas de personas de paso. Y creo que es culpa de Marrakech. Me agobian muchos los sitios así y esa es probablemente una de las razones por las que nunca volví a dejarme caer por allí. No es fácil sentirse cómodo en una jungla tan artificial. Aún así, creo que es uno de los lugares que todo el mundo debería visitar antes de morir, especialmente de noche. Los atardeceres son sencillamente impresionantes. La Koutibia y la última llamada del día a la oración son mágicas. Y es que lo que vives allí no lo puedes vivir en ningún otro lugar.

Si hay alguna medina comparable de algún modo a la de Marrakech, esa es la de Fez. Llenas de actividad, estímulos, olores, colores, sabores, movimiento y locura. Es cierto que la de Fez impone más respeto que cualquier otra, pero porque es auténtica y está llena de tradición y realidad. Lo que ves es lo que hay y nadie está intentando montar continuamente una escenita en la que es espectador es siempre el turista. En Fez eres un actor secundario, un mero figurante, si es que alguna vez llegas a ser algo. En Marrakech, sin embardo, eres el protagonista, el centro de atención, el billete, la máquina de hacer dinero, la presa. El tonto de la película.

El regateo forma parte de la vida diaria en Marruecos y mientras en otras ciudades puede convertirse en todo un ritual lleno de gracia, paciencia y arte, en Marrakech es un sálvese quien pueda que agota demasiado. En Marruecos si algo vale 20, te dirán que vale 100. Pero con buen rollo y un poquito de maña se puede llegar a un acuerdo en el que ambos salís ganando. Y si no, adiós y buena suerte. En Marrakech no. En Marrakech si algo vale 20, te dirán 500. Terminarás discutiendo y si no lo compras hay mucha probabilidad de que te vayas de allí escuchando alguna palabra fea en tu idioma, para que te jodas. Por el contrario, si finalmente te lo vende pero no al precio que él creía que iba a hacerlo, prácticamente te tira el regalito a las manos.

Nunca he tenido una mala experiencia real en Marruecos, pero sí he vivido algún episodio feo y casi todos han sido en Marrakech. En el resto del país la gente te baila con las palabras, pero en la ciudad roja se busca la bronca. Nunca he sido muy fan de meterme en los zocos de las ciudades marroquís en plena hora punta, pero pecamos de novatas en aquella ocasión y lo hicimos. Nunca había estado en un bullicio similar; humo, ruido, voces, tambores, motos, música, turistas, locales. Aquello era un caos total y llegué a perder los nervios dando un grito que no asustó a casi nadie. Fue en ese momento cuando, por primera y última vez durante todo mi tiempo en Marruecos, alguien intentó abrir la funda de la cámara de mi amiga. Y fue un renacuajo que dudo que tuviera más de 6 años. Pero por desgracia para él y para el que seguramente le dice que lo haga, las cosas no salieron como esperaban.

Cuando, por fin, salimos de aquel agobio se nos acercó un niño pidiendo dinero. No teníamos ninguna intención de hacerlo pero ante la insistencia decidimos darle una moneda de un euro que no habíamos cambiado a dirhams. Al niño le hizo especial ilusión recibir algo europeo y poco tardaron en venir otros dos chavales a reclamar lo que parecía que les debíamos. No teníamos más monedas y para que se largaran les dimos 10 dh (aproximadamente 1 euro en moneda marroquí). Lo miraron con desprecio mientras nos cogían del brazo sin dejar de seguirnos y dijeron que eso no lo querían, que querían euros igual que su amigo. Tuvimos que acercarnos hasta una tienda para que el dueño del local les gritara cuatro barbaridades y se largaran.

A todo esto ya habíamos tenido que aguantar a las tatuadoras de hena que, cuando te quieres dar cuenta, te están pintando la mano con uno de sus maravillosos diseños. De los encantadores de serpientes y domadores de monos mejor ni hablamos, cobrando casi por la fuerza 20 euros por una foto con ellos y sus acompañantes.Una de las noches habíamos paseado por la plaza Djemaa El Fna, entre sus innumerables puestos de comida. A uno de los camareros le debimos hacer gracia y una vez más, ante su insistencia, le dijimos que al día siguiente iríamos a su puesto a cenar. Mañana, mañana. Puestos de comida en los que, hay que decir, se come peor y más caro que en cualquier otro lugar. Al día siguiente nos vio cenando en otro de los puestos y nos dijo: ‘Españoles, hijos de puta.’ Y se quedó tan ancho el Fabriccio de los cojones.

O aquella última noche antes de coger el avión de vuelta a España a las 6 de la mañana. Teníamos que coger un taxi sobre las 4 de la madrugada para llegar al aeropuerto. Es bastante común avisar esa misma tarde a cualquier taxista para que te recoja en un punto concreto y te lleve a cambio de un plus, obviamente. Tuvimos mala suerte y dimos con el taxista más subnormal de todo el Maghreb. Nos dijo un precio que ríete tú del nivel de vida en Finlandia y ante nuestra negativa, se vino arriba diciéndonos que quién nos creíamos que éramos para que él se levantará a las tantas de la mañana para llevarnos en su coche.

Por eso digo que Marrakech es un territorio muy hostil, un lugar caótico pensado y diseñado para el turista. Para el bolsillo del turista, mejor dicho. Una puesta en escena para sacar dinero hasta de debajo de las piedras. Un circo que poco tiene que ver con la hospitalidad, la amabilidad, la humildad y la honestidad que caracteriza a un país tan humano y cercano como Marruecos.

Puedes conocer más historias de Marruecos en el blog No es Nada Personal

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