Seleccionar página

Por Verónica Lorenzo

biblioteca-revista-achtung«Si todo el mundo fuese feliz en la tierra, no se escribirían más que recetas de cocina y tarjetas postales, no habría ni libros, ni literatura, ni bibliotecas»

“Signatura 400”, de Sophie Divry.

Si alguien echara un vistazo a mi pequeña biblioteca, la biblioteca que dejaré a mis crianças, biblioteca nuevecita, hecha a poquitos, regateando libros, intercambiando, comprando en librerías de viejo, dando un hogar amoroso a viejos libros, olvidados, abandonados, pidiendo a gritos ser leídos y releídos como en sus mejores tiempos, algunas compradas recién publicadas, con mis pequeños ahorros, libros que desee de verdad, que mi intuición me indicaba como adecuados, pequeños tesoros, libros im-prestables; mis libros, mis queridas criaturas, mis grandes amores, mi permanente compañía. Como decía antes, si alguien echara un vistazo a mi pequeña biblioteca vería una juventud que se va abandonando, quizás cediendo al tiempo.

Los libros inauguradores son tan distintos entre ellos y, sin embargo, guardan ese cariño en un ’97 de mudanzas: Pobre Manolito, de Elvira Lindo, y La Letra Escarlata, de Nathaniel Hawthorne. Los compró mi madre, el primero para mí y el segundo para ella y al final nos leímos los dos (bien, quizás a Hawthorne lo leí unos cuantos años más tarde, porque comprenderán que con siete años no tenía yo capacidad para comprender nada del tema). Pero hay libros que marcan más que otros, esos candidatos más cercanos a ser libro de cabecera (de los que hablé en un artículo anterior).

Les hablaba de que mi biblioteca es joven con pretensión de ser vieja. Que lo que construyo es la biblioteca para mis crianças, a golpe de intuiciones, como respuesta a la pregunta “si yo heredase una biblioteca, ¿qué biblioteca querría?”. Es una cuestión amplia, y mis criaturas deberán comprender mis gustos políticamente incorrectos, o igual en sus tiempos (futuros) no lo es tanto. Y hablo de políticamente incorrecto, como también hablo de raro, pues hay dos colecciones que crecen, dejando a un lado la dedicada a mi literatura gallega. Y hablo de la literatura erótica (quiten de su mente 50 sombras… Hablo de erotismo, no romanticismo, aunque no sean excluyentes, pero juro con la mano sobre un ejemplar de Cantares Gallegos que aquél no es literatura erótica). Y hablo de raro cuando digo que la poesía es la otra. Quizás no lo es tanto, pues la literatura costamortina tiene a la poesía como estandarte y, para muestra de ello, les recomiendo encarecidamente la lectura de esta antología coordinada por Miro Villar y Modesto Fraga: De Pondal ao Batallón Literario (120 anos de poesía na Costa da Morte).

Pero mi pequeña y preciada biblioteca, rara, distinta, joven, sigue creciendo. Sigue envejeciendo, sigue plasmando parte de quién soy, sigue recogiendo mis referencias. Ella y también mi historial de préstamos de las bibliotecas de las que he sido socia.

Y en las mudanzas, aunque me vaya desprendiendo de algunos ejemplares (con todo el dolor de mi corazón), resisten aquellos tesoros, pequeñas lecciones de vida, momentos de silencio que guardan entre páginas cálidas caricias y una grata compañía. Libros que, con un poco de música de fondo, hablan a veces en versos, a veces prosa, a veces dramatizan un poco. Pero pausadamente, acortando las horas, alargando la vida.

 @PantuflasdeCor

música cine libros series discos entrevistas | Achtung! Revista | reportajes cultura viajes tendencias arte opinión


Comparte este contenido