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#Internacional en Achtung! | Por Bárbara Bécares

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Desde que vivo en Marruecos varias veces me han preguntado desde España si tengo que llevar pañuelo en la cabeza en algún momento y la respuesta es un rotundo no. Al igual que otros muchos países de la región como Túnez, Egipto, El Líbano, Siria o Jordania, las mujeres deciden cómo vestirse y si dentro de su vestimenta quieren cubrir su pelo con el velo islámico.

En estos países más abiertos dentro del mundo musulmán, el estado no impone la vestimenta. La decisión de cómo vestirse viene más desde la educación recibida por parte de las familias, por el contexto social o desde las propias creencias de cada mujer. Por ese motivo, aquí en Marruecos puedes encontrarte, por dar un ejemplo, un grupo de amigas en la playa donde una vaya en bikini, la otra en pantalones cortos y camiseta y otra prefiera cubrir su cuerpo y sus cabellos con ropa larga y velo.  Es una decisión propia el cómo vestir y no se discrimina a la gente por ello. El otro día le pregunté a un amigo que ya tiene ganas de casarse (y que él mismo es muy religioso con sus cinco rezos diarios y sin haber probado el alcohol) si quiere que su futura chica lleve velo o no, y dijo que eso le daba igual, que eso no hace la diferencia entre unas y otras.

Lo mismo ocurre en los países de la antigua Yugoslavia. Con ese batiburrillo de religiones y nacionalismos que tanto lo ha complicado todo desde la muerte del líder Tito, se permite la vestimenta que cada uno quiera llevar y hasta la llamada al rezo de las mezquitas cinco veces al día en los lugares donde viven musulmanes. Concretamente, en Macedonia (de mayoría ortodoxa) hay regiones donde habitan personas de etnia albana que profesan la religión musulmana. Lo mismo sucede en Bosnia y Herzegovina, donde viven (que no siempre conviven) personas de tres religiones distintas, donde la mayoría es musulmana.

Mientras tanto, en Europa occidental, tierra de libertades y defensa de los derechos humanos, llevamos muchos años (en países como en Francia desde finales de los años 80) discutiendo si permitir o prohibir el velo islámico en sitios como los colegios, universidades o a la hora de desempeñar un empleo público.

Es una realidad que Europa debe aceptar, aunque quiera ser laica. La gente sigue manteniendo sus creencias y, aunque sea de tradición cristiana, la emigración ha llevado nuevas realidades: dentro de nuestras fronteras hay una gran cantidad de musulmanes que no pueden dejar de lado sus creencias por haberse mudado de país. Lógicamente, en este artículo no me estoy refiriendo en ningún momento a ningún grupo de radicales, ni a seguidores de ideas fundamentalistas, que al fin y al cabo son una minoría, también en países como Marruecos, aunque hagan mucho más ruido que el resto.

Me refiero a gente normal, que vive en Europa, emigrantes o hijos o nietos de emigrantes del norte de África, y que profesan la religión musulmana o a gente de familia europea que han descubierto en el Islam una manera de comprender sus vidas. Mujeres que simplemente se sienten más cómodas si llevan un pañuelo cubriéndoles el cabello. No estoy hablando en este artículo sobre la portación de niqab o burka, esas prendas que cubren incluso el rostro de la mujer y cualquier forma de su cuerpo, algo poco usual tanto en Europa  como en estos países del Norte de África y Medio Oriente ya mencionados, ya que ese es un debate que se ha llevado a cabo de manera separada incluso desde la esfera política.

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Hablo sólo del velo islámico, que deja el rostro al descubierto y que se puede combinar con un bonito conjunto comprado en Zara. Sin embargo, ya llevan años discutiéndose en diversos países europeos medidas para prohibir el uso del velo islámico o hiyab dentro de ciertos contextos.

Probablemente, si cubrirse el pelo fuera propio de una nueva moda, no pasaría nada. Porque somos laicos y la moda es laica. El problema es cuando el velo tiene connotaciones religiosas.

Muchos políticos alegan a que el velo islámico lleva a la discriminación. Sin embargo, diría que el hecho de darle tanta importancia a esta prenda de más que se puede incluir en una vestimenta propia de los europeos es lo que puede llevar a la discriminación: véase que en Francia se están abriendo centros educativos islámicos concertados para que las jóvenes que quieran asistir al aula con su pañuelo puedan hacerlo libremente. Así, ya se separan a las personas desde jóvenes.

Si queremos la igualdad y la integración y el respeto de los derechos de las mujeres del que tanto se habla, igual habría que comenzar por normalizar una prenda que, al fin y al cabo, y en la mayoría de los casos, sólo representa una creencia religiosa pero no impide a ninguna mujer trabajar, estudiar o llevar una vida ‘normal’. Un velo no impide a nadie ser buena persona ni tolerante, valores que, creo yo, importan más.

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